Crónica sobre la obra “ Escuela de Conducción “ en el Teatro Sarmiento
El reloj marca las 6:00 p.m., señal que ha finalizado mi jornada laboral.
Atravieso la puerta, comienzo a caminar pensativamente.No es un día común y corriente. Hay algo que sale de lo común y me entusiasma.Hoy voy al Teatro Sarmiento con mis compañeros de facultad.
Sigo caminando, pero a pasos acelerados. La tarde mantiene su claridad apabullada por una fuerte corriente que pareciera desencadenar en tormenta. Afortunadamente solo es un susto. Me dejo seducir por los imponentes avisos publicitarios que irradian color y atractivo. Están allí uno al lado del otro, altivos y promisorios, marcándome que estoy en Avenida Del Libertador.
Pregunto por la parada del 15 y efectivamente estoy sólo a unos metros.
Subo al micro, tomo asiento pero no logro relajarme. Sucede que no conozco asiduamente el trayecto.
Ya estoy en Palermo .Un atrayente paisaje, de verde intenso y pronunciado relieve atraviesa dos largas avenidas y me indica que estoy llegando a buen puerto.
Lugar de destino: Plaza Italia
Otra avenida de fugaz tránsito, circular y enredada, me separa del Teatro Sarmiento. Todavía falta hora y media para que comience la Función “Escuela de conducción” del ciclo Biodrama XlV producido por la directora Teatral Vivi Tellas.
Entro a Habana: clima ideal: café, los Beatles de fondo y una vista engalanada por emblemáticos lugares de Palermo. Hay algo que esta latente bajo este panorama.
Viene a mi mente un texto de “Barthes” sobre la fotografía que habla del “punctum”.
Definitivamente hay algo que me punza.
Entre lecturas y escuchas de conversaciones ajenas, se aproxima el comienzo de la Obra. Poco a poco el café va quedando vació, pido la cuenta, la mesera no tiene cambio y me sugiere de muy mal humor un billete más chico.
“¡¿Puede ser?! ¡Nadie tiene cambio!, menos mal que estamos en pleno Palermo… le digo.
Salgo a la calle, abandono mi rabia para dirigirme al teatro. Falta media hora para que comience el espectáculo. En este pequeño pero enmarañado trayecto me invaden un sinfín de emociones. El “punctum” del bar se hizo presente en este sitio estratega. Infancia. Salidas en familia, aferrada a la mano de Mamá y segura. Nico es Bebé. Papá, tiene barba, saca fotos y tiene puesta su campera de cuero marrón. Paréntesis. Ya una mujer. Sábado a la noche. Ahora Ariel tiene barba. Suenan “Los piojos”, damos vueltas y vueltas. Hipnotizada por la belleza de sus manos que acarician el volante. Reímos, no sabemos donde ir. Ahora entiendo. Recuerdos, “punctums”.
Sigo caminando, mis ojos se marean ante tantos lugares: “La Rural, el Zoológico, Plaza Italia y el Botánico.
Una inmensa ligustrina de aroma silvestre me condujo hacia la llegada al Teatro.
Entro, allí en la boletería esta Silvia, una amable mujer de cabellos rubios que con la serenidad de un bálsamo me indica que todavía quedan cuarenta localidades, para mi tranquilidad y la de mis compañeros.
Sentada en la recepción del teatro, comienzan a aparecer caras conocidas.
Compañeros de la Unqui empezaron a hacerse presentes pocos minutos antes que empezara la función. Estoy intrigada, no se bien de que se trata ¿Biodrama?, ¿Escuela de conducción?
Primero llega Leandro junto a su novia, luego llega Ezequiel también con su novia y me pregunto ¿vendrán todos con sus novias y novios?, ahí me familiarice un poco con la palabra Biodrama.
Llego Hermes, sólo, acelerado, con cámara digital en mano para registrar los acontecimientos. Cual periodista, hizo un mini reportaje a Silvia la señora de la boleteria, mientas sacaba la entrada.
Por último llegaron agitados de un largo viaje Flor, Lucia y Martín.
Entramos a la sala. Un cuarto etéreo de luces bajas, paredes blancas y escaso decoro.
Tomamos asiento, el escenario esta ocupado por gente: 2 hombres y una mujer. Juegan al truco, la mujer los observa y charla con ambos. De fondo un gran proyector, que ocupa casi toda la pared, exhibe una película vieja, como las de cine Retro o Europa Europa. La escenografía es muy sencilla, mesas, sillas y un cable lleno de lamparitas de colores atraviesa el escenario. En el medio un zapato marrón colgando.
¿Tengo que definir el ambiente?: Bizarro.
Se apagan las luces, comienza la función. Ahhh, ¿entonces estos son los actores? , me pregunto con cierto desencanto.
-“Envido”
- “¡Truco!”
Quiero concentrarme en la obra pero me distrae enormemente el proyector del escenario.La voz de los actores se esfuma con la película de fondo. Es todo muy confuso.
Se presentan los personajes: Carlos, Liliana y Guido. Cada uno cuenta sus vivencias, que tienen una fuerte impresión de realidad. ¿Son sus historias de vida? ¿Son la de los personajes?
El relato ficticio parece mezclarse todo el tiempo con la realidad, entre mímicas, improvisaciones, danzas y otras melodías fue trascurriendo la obra, con un hilo conductor ambiguo, aunque siempre esta muy presente la idea de cómo se debe manejar.
Hay algo en la historia de cada uno de los personajes que los une: un triángulo de desventuras que los hacen ser quienes son y que los llevan a compartir su trabajo, ya sea como compañeros de elenco o como compañeros de trabajo del Automóvil Club Argentino, todavía no logro disuadir. En todo caso ambas cosas.
El momento más claro y emotivo de la obra se da llegando al final, cuando el personaje de Carlos, tras hacer una breve síntesis de su vida, lee una carta que su mujer le regaló para su cumpleaños numero 53.
Fue el momento en que las aguas de la ficción y no ficción se dividieron. En ese instante y por primera vez me sentí segura. La realidad confirmaba la genuina y espontánea emoción de Carlos.
Puedo opinar desde una parcialidad llena de matices y contrariedades.
Tengo la impresión de que la obra es muy poco convencional pero tampoco under. ¿Es educativa?, ¿Es preventiva?, ¿Que hay de ficción y que de realidad? De algo estoy convencida los actores, no son actores y el teatro no parece teatro.
El chasco cerró su círculo cuando una vez finalizada la obra, los “actores” nos invitaron a comer una “picada rutera” detrás del escenario. La picada tenía poco de picada y poco menos de rutera. Este otro escenario era surrealista, pero prefiero no entrar en detalles. La abstracción que me produjo la obra, en su totalidad, me aleja de la objetividad para formular una crítica.
¿Conclusión?, ¿como puedo definir el espectáculo?, ni blanco, ni negro, “como la vida misma”.
El reloj marca las 6:00 p.m., señal que ha finalizado mi jornada laboral.
Atravieso la puerta, comienzo a caminar pensativamente.No es un día común y corriente. Hay algo que sale de lo común y me entusiasma.Hoy voy al Teatro Sarmiento con mis compañeros de facultad.
Sigo caminando, pero a pasos acelerados. La tarde mantiene su claridad apabullada por una fuerte corriente que pareciera desencadenar en tormenta. Afortunadamente solo es un susto. Me dejo seducir por los imponentes avisos publicitarios que irradian color y atractivo. Están allí uno al lado del otro, altivos y promisorios, marcándome que estoy en Avenida Del Libertador.
Pregunto por la parada del 15 y efectivamente estoy sólo a unos metros.
Subo al micro, tomo asiento pero no logro relajarme. Sucede que no conozco asiduamente el trayecto.
Ya estoy en Palermo .Un atrayente paisaje, de verde intenso y pronunciado relieve atraviesa dos largas avenidas y me indica que estoy llegando a buen puerto.
Lugar de destino: Plaza Italia
Otra avenida de fugaz tránsito, circular y enredada, me separa del Teatro Sarmiento. Todavía falta hora y media para que comience la Función “Escuela de conducción” del ciclo Biodrama XlV producido por la directora Teatral Vivi Tellas.
Entro a Habana: clima ideal: café, los Beatles de fondo y una vista engalanada por emblemáticos lugares de Palermo. Hay algo que esta latente bajo este panorama.
Viene a mi mente un texto de “Barthes” sobre la fotografía que habla del “punctum”.
Definitivamente hay algo que me punza.
Entre lecturas y escuchas de conversaciones ajenas, se aproxima el comienzo de la Obra. Poco a poco el café va quedando vació, pido la cuenta, la mesera no tiene cambio y me sugiere de muy mal humor un billete más chico.
“¡¿Puede ser?! ¡Nadie tiene cambio!, menos mal que estamos en pleno Palermo… le digo.
Salgo a la calle, abandono mi rabia para dirigirme al teatro. Falta media hora para que comience el espectáculo. En este pequeño pero enmarañado trayecto me invaden un sinfín de emociones. El “punctum” del bar se hizo presente en este sitio estratega. Infancia. Salidas en familia, aferrada a la mano de Mamá y segura. Nico es Bebé. Papá, tiene barba, saca fotos y tiene puesta su campera de cuero marrón. Paréntesis. Ya una mujer. Sábado a la noche. Ahora Ariel tiene barba. Suenan “Los piojos”, damos vueltas y vueltas. Hipnotizada por la belleza de sus manos que acarician el volante. Reímos, no sabemos donde ir. Ahora entiendo. Recuerdos, “punctums”.
Sigo caminando, mis ojos se marean ante tantos lugares: “La Rural, el Zoológico, Plaza Italia y el Botánico.
Una inmensa ligustrina de aroma silvestre me condujo hacia la llegada al Teatro.
Entro, allí en la boletería esta Silvia, una amable mujer de cabellos rubios que con la serenidad de un bálsamo me indica que todavía quedan cuarenta localidades, para mi tranquilidad y la de mis compañeros.
Sentada en la recepción del teatro, comienzan a aparecer caras conocidas.
Compañeros de la Unqui empezaron a hacerse presentes pocos minutos antes que empezara la función. Estoy intrigada, no se bien de que se trata ¿Biodrama?, ¿Escuela de conducción?
Primero llega Leandro junto a su novia, luego llega Ezequiel también con su novia y me pregunto ¿vendrán todos con sus novias y novios?, ahí me familiarice un poco con la palabra Biodrama.
Llego Hermes, sólo, acelerado, con cámara digital en mano para registrar los acontecimientos. Cual periodista, hizo un mini reportaje a Silvia la señora de la boleteria, mientas sacaba la entrada.
Por último llegaron agitados de un largo viaje Flor, Lucia y Martín.
Entramos a la sala. Un cuarto etéreo de luces bajas, paredes blancas y escaso decoro.
Tomamos asiento, el escenario esta ocupado por gente: 2 hombres y una mujer. Juegan al truco, la mujer los observa y charla con ambos. De fondo un gran proyector, que ocupa casi toda la pared, exhibe una película vieja, como las de cine Retro o Europa Europa. La escenografía es muy sencilla, mesas, sillas y un cable lleno de lamparitas de colores atraviesa el escenario. En el medio un zapato marrón colgando.
¿Tengo que definir el ambiente?: Bizarro.
Se apagan las luces, comienza la función. Ahhh, ¿entonces estos son los actores? , me pregunto con cierto desencanto.
-“Envido”
- “¡Truco!”
Quiero concentrarme en la obra pero me distrae enormemente el proyector del escenario.La voz de los actores se esfuma con la película de fondo. Es todo muy confuso.
Se presentan los personajes: Carlos, Liliana y Guido. Cada uno cuenta sus vivencias, que tienen una fuerte impresión de realidad. ¿Son sus historias de vida? ¿Son la de los personajes?
El relato ficticio parece mezclarse todo el tiempo con la realidad, entre mímicas, improvisaciones, danzas y otras melodías fue trascurriendo la obra, con un hilo conductor ambiguo, aunque siempre esta muy presente la idea de cómo se debe manejar.
Hay algo en la historia de cada uno de los personajes que los une: un triángulo de desventuras que los hacen ser quienes son y que los llevan a compartir su trabajo, ya sea como compañeros de elenco o como compañeros de trabajo del Automóvil Club Argentino, todavía no logro disuadir. En todo caso ambas cosas.
El momento más claro y emotivo de la obra se da llegando al final, cuando el personaje de Carlos, tras hacer una breve síntesis de su vida, lee una carta que su mujer le regaló para su cumpleaños numero 53.
Fue el momento en que las aguas de la ficción y no ficción se dividieron. En ese instante y por primera vez me sentí segura. La realidad confirmaba la genuina y espontánea emoción de Carlos.
Puedo opinar desde una parcialidad llena de matices y contrariedades.
Tengo la impresión de que la obra es muy poco convencional pero tampoco under. ¿Es educativa?, ¿Es preventiva?, ¿Que hay de ficción y que de realidad? De algo estoy convencida los actores, no son actores y el teatro no parece teatro.
El chasco cerró su círculo cuando una vez finalizada la obra, los “actores” nos invitaron a comer una “picada rutera” detrás del escenario. La picada tenía poco de picada y poco menos de rutera. Este otro escenario era surrealista, pero prefiero no entrar en detalles. La abstracción que me produjo la obra, en su totalidad, me aleja de la objetividad para formular una crítica.
¿Conclusión?, ¿como puedo definir el espectáculo?, ni blanco, ni negro, “como la vida misma”.